Lo que parecía una fuente de líneas indómitas del pensamiento, la puesta entre paréntesis de la representación y la subsiguiente crítica a la Conciencia como unidad determinante en la concepción de los territorios existenciales, ha degenerado en una nueva escuela que asume sin ninguna especie de cuestionamiento autocrítico serio una realidad “objetiva” absolutamente cognoscible por una Ciencia Idealizada, como único camino para resguardarse y huir de los embates de la aniquilación disparada y la fluencia incesante de lo sensible.
Después de un legado hermenéutico/post-kantiano enfrascado en la tradición, el lenguaje, los antepasados y las costumbres, de la efervescencia del análisis lógico del lenguaje y de la banalidad “post-moderna” que han vuelto el anuncio del “fin de la filosofía” un lema cansino y desgastado, proclamado tan reiteradamente que ya hemos empezado a dudar (menos mal) de su potencia y novedad, haciendo de ella una consigna tan dogmática como aquellas de las que se defendía, la alusión a los “actores” no-humanos (terminología acuñada por Bruno Latour) y a sus interacciones con la subjetividad, así como la apertura que estos implicaban a nuevos espacios virtuales y problemáticos para el pensamiento, parecía dibujar una línea de fuga para la filosofía a la que se le intentaba arrastrar hasta el precipicio. Todo ello en el contexto del pensamiento del último siglo, que estuvo caracterizado por una crítica general a la tradición bifurcada en una pluralidad nunca antes vista de teorizaciones a las que se apresuró en reunir en dos grupos contrastados: los tan llamados “analíticos”, que abogaban por un giro epistemológico-científico como única vía factible del conocimiento, y los “continentales", grupo difuso de “pseudo-teóricos” (o al decir despectivo de algunos: “folk-philosophers”), más enfocados hacia estudios literarios, culturales, sociales, etc (como siempre, esta generalización apresurada que implicó amontonar a las filosofías en dos sacos diferentes se encargó de borrar la gran variedad de matices que pudiera suponer la violencia generada en el espasmo filosófico de finales de la Modernidad).
Sin embargo, esta caricaturización de la filosofía no durará mucho y está ya lista para romperse. El principio (segundo) de ruptura se encuentra ab initio, en una serie de pensadores que nunca aceptaron unirse a una escuela de pensamiento y que decidieron, mediante conjugaciones polémicas y arriesgadas, componer y expresarse mediante sus propios conceptos. Supieron ver en la filosofía algo más que la Representación de la Verdad, la Búsqueda del Método o la Reflexividad Crítica; supieron salirse de los límites de la Razón, de lo Real, de lo Dado, del Ser y del Lenguaje para contagiarse de los devenires, seguir rastros, colarse en los intersticios, experimentar lo trágicamente sagrado, atreviéndose a pensar tanto en lo más bajo (como la mierda o la mugre debajo de las uñas) como en cuestiones abiertamente “metafísicas”, tales como el acontecimiento o el devenir propio de las intensidades nómadas que nos constituyen y nos circundan. No sólo hacemos alusión a los pensadores como Deleuze, Guattari, Foucault, Bataille o Bergson, cuyas llagas aún escuecen en nuestros días, sino a otros tantos que apenas estamos empezando a sentir.
Pero también es cierto que el Canon no espera para introducirse y para sistematizarlo todo, para erigir figuras de héroes y de traidores, para consolidar el Panteón de los Ídolos que acompañarán a las generaciones jóvenes y desprevenidas. Creado el Panteón, una nueva Escuela (y escolástica) puede comenzar sus lloriqueos y reclamos ante las otras, y lamentablemente esto vale para cualquier filosofía y cualquier filósofo (ninguna está a salvo, por desgracia). Lo que en un inicio puede parecer una rizomática, errancia y exploración liderada por el deseo, puede derivar en cualquier momento en una conformación bélica e interesada de expropiación de territorios, de instauración de Instancias Supremas, en la fundación de una nueva imagen dogmática de pensamiento.
Debates sobre el famoso “final de la filosofía” tomaban sus argumentos en la experiencia melancólica que suponía el comentario del comentario del comentario sobre un Dios-Filósofo en que parecía enfrascarse todo estudio filosófico, sedentarismo y repetición de lo mismo, así como un odio contra todo lo “posmoderno” sin que nadie pudiera saber los contornos de dicho término farragoso y sin que nadie propusiera una alternativa que no cayese en los antiguos fascismos e identitarismos, así como la política de “creación, sólo la necesaria” por no mencionar el pretendido paternalismo filosófico sobre las ciencias y las artes. No es de extrañar que se empezara a experimentar con aleaciones anómalas, con cruces compositivos antes que “legítimos”. Lo “no-humano” parecía una alternativa extraña, fascinante, que podría dar justicia a toda la pluralidad maquínica, pre, post y a-subjetiva, procesual, delirante, que ya no tendría que depender del comodín “humano” tan esquivo y difuso con el que se puede defender a la vez los moralismos costumbristas más ingenuos así como los individualismos más ciegos.
Lo no-humano (lo que permea pero atraviesa las subjetividades concretas, los flujos que rodean a las máquinas deseantes, material compositivo que conforma a la vez fuerzas imparables de abolición y de emergencia, pero también lo codificado, lo fijado, lo petrificado o cosificado) de alguna manera extraña derivó en llamarse “realidad” o “naturaleza” en tanto “aquello que existe independientemente del hombre”. De la “realidad” a las “cosas” hay un breve salto, que ya fue dado, y de las “cosas” a los “objetos”, otro más. Sin decir que unos y otros términos son sinónimos, sin decir que todas las filosofías que se han construido alrededor de ellos abordan la problemática de la misma manera, se habla ya de un nuevo “giro” en la filosofía, un giro realista y a la vez especulativo al que muchos pensadores no han dudado en unirse.
La novedad casi siempre produce entusiasmo, o al menos una cantidad desenfrenada de creación/expresión en los primeros momentos, cuando las teorías aún están difusas, cuando es posible experimentar con casi todo, cuando aún no se ha elegido una tutela que abrace bajo su ala los discursos emergentes. Sin embargo, la novedad del realismo especulativo está dejando paso a la consolidación de Imágenes bien delimitadas y conformadas, que no desean fuga alguna más que la sustentable (affordable). La libertad vuelve a ser mínima, el corsette del Sistema está listo para ser apretado de nuevo con hilos re-fabricados. La onto-teo-teleología de lo Universal ha renovado sus ropajes para presentarse como una alternativa fresca y cool ante el criticismo “pasado de moda” de la metafísica.
Y es que, sin quererlo, volvimos a las querellas correlacionistas, a la instauración de la Verdad, del Método, de la Razón y de lo Universal. En suma, volvimos a los delirios de la Representación que intenta justificar y legislar toda la experiencia mediante ardides como lo Real, lo Universal, lo Objetivo, lo Verdadero, lo Estático, lo Eterno, etc. No hago alusión únicamente a la OOO, que tomó el concepto de “objeto” como un genérico de cosa/sustancia y como portador de la unidad, eliminando toda la potencia de la materia y la indeterminabilidad que implica el devenir, regresándonos a una filosofía “plana” despojada a propósito de las intensidades que enturbian el supuesto conocimiento verdadero (cuando el “objeto” es siempre “producto” de un proceso y “útil” para una transformación, no una entidad finita y a-relacional). También están las nuevas Metafísicas neo-clásicas, que apuestan todo por el regreso de lo Fijo, de lo Universal y de lo Eterno; una instancia “real-teológica” que permitirá el retorno del Filósofo-Rey a la cúspide del pensamiento. Metafísicas como las de la rama más “especulativa” de dicho realismo (como la de Reza Negarestani en sus últimos escritos) que revisten a la contingencia despreciable como algo “anónimo, aberrante y sin-fondo” (esa mierda o mugre debajo de las uñas) que es necesario rascar y eliminar mediante la Razón y la Ciencia, siempre de manera sistemática y “holística” para llegar a la Idea que nos permitirá traer de vuelta los viejos problemas con todas sus “soluciones”. Neo-neoplatonismos y neo-hegelianismos aún más radicales esperan entrar por la puerta trasera de la Academia, esta vez portando la etiqueta de lo “alternativo” o “under” y bastante bien maquillados como para pasar desapercibidos después de una lectura superficial. La teorización sobre lo no-humano es un punto de partida sugerente, pero la potencialidad de su espectro filosófico no debe morir con el retorno de los viejos dualismos (sujeto-objeto, hombre-mundo, ser-apariencia, etc), ni con el destierro despectivo de la finitud (humana o no) del pensamiento. Finitud que ha advertido de los delirios de toda razón que se quiere hegemónica, de la inherente diversidad y multiplicidad de perspectivas que han dificultado la reconstrucción de una sola Imagen dogmática del pensamiento a lo largo de la historia.
Si se quiere hacer de la pregunta por lo no-humano la justificación de la omnipotencia del filósofo especulador como eje que es capaz de reunir el conocimiento, en tanto que la posibilidad del mismo ya está dado y legitimado por una Ciencia ficticiamente unificada y sistematizada, desterrando toda la historia “sucia” de las luchas de poder que han influido en la construcción de ese mismo conocimiento (por citar un ejemplo), si se pretende ahogar la potencia pluralista de una filosofía separada del nodo humanista para resucitar el viejo fantasma de lo Uno-Mismo trascendente de la finitud y que la subsume a su voluntad, entonces no obtendremos más que otra fallida teorización e intentona para detener de una vez por todas los flujos caóticamente diversificados a los que estamos sujetos y de los que formamos parte.
Una filosofía desantropologizada, o incluso una filosofía misantrópica, deberá evitar caer en este tipo de reduccionismos sofisticados para quedar libre ante las intensidades, las velocidades aberrantes, las maquinaciones y procesos diferenciantes que caracterizan la expansión y bifurcación caósmica propia de "nuestros tiempos".